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Huautla, tierra encantada y fluorescente.

México, Ciudad de México a 26 de mayo de 2021. Primero desierto, luego nubes y cielo, agua cayendo entre cerros. Si desciendes un poco, selva, ríos evaporándose. En lo alto de la sierra, leña; cavernas inmensas, grutas negras. No se espera nada, se es paciente mientras uno llega, hace vida.


Arribamos un domingo 9 de mayo a Huautla de Jiménez, tierra mazateca. Desempacamos, la primera noche la pasamos en casa de la Maestra Cristina, quien celebraba el día de las madres con su familia. Nos invitó mixiotes y más tarde, cuando ya se habían ido todos, café y aguardiente; nos platicó un poco de su pueblo y de su oficio, de sus hijos.


Al día siguiente nos dirigimos al cerro de la adoración, un monte bendito al que acude la gente a orar; caminamos poco, es un cerro bastante accesible con tierra rojiza, aplanada por el paso constante de los peregrinos y de un aroma peculiar. Desde lo alto se miran los pueblos, se escucha la fiesta y la respiración del monte.

Mi madre tenía muchas ganas de estar entre las nubes, venía triste y ajena. Pero Huautla es mágica porque bajamos del cerro y mi mamá sonreía, porque nos dio hambre de regreso y una familia nos dio de comer.

Ese mismo día fuimos a una cascada propiedad de un señor de Tehuacán. Para ser sincera, me angustió un poco saber que algo tan bello en un lugar tan remoto se podía poner a la venta, pero también me asombró leer un pequeño letrero que decía algo así: “para el disfrute de la comunidad”. Ojalá que dure.



Más tarde visitamos a un maestro artesano con una casa magnífica. Entras por su jardín lleno de flores y te instalas en una mesita de madera, al centro de un cuarto amplio y alto, lleno de pinturas y aguardiente, de ambiente confidencial y parrandero, húmedo y silencioso. A la señora que nos atendió, esposa del maestro, la fui a encontrar al día siguiente en un mural del centro, sacado de una foto antigua titulada “familia mazateca”. Nuestros guías juran que no es ella, pero de lo contrario, son dos almas ocupando el mismo recipiente.


La noche del segundo día nos fuimos a dormir después de ver, desde la terraza de nuestro cuarto, el espectáculo de luces más fascinante. Por encima de los montes, en el negro de la noche, las nubes se hacían visibles intermitentemente gracias al resplandor de los rayos. Debió haber estado cayendo una tormenta fenomenal en el pueblo vecino, porque la sierra y sus cielos se desnudaron sin pudor.

Adenina


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